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20 julio, 2010

Una historia de terror - primera entrega

El día había transcurrido gris, como todos los días en esta época del año.

Desde la ventana del dormitorio del castillo obersvaba inmóvil como se desplazaban las nubes a gran velocidad.

Podía ver desde la ventana como se acercaba un gran frente de tormenta que seguramente llegaría por la noche a la región del Cárnatos.
Seguramente la luz eléctrica no aguantaría el pulso con la naturaleza y sería una nueva noche a la luz de las velas.

Esto me tenía intranquilo, ya que los días en los que leo en el gran salón a la luz de las velas, las sombras se vuelven alargadas y los ruidos aumentan con pavorosa intensidad. La tormenta aumenta el dramatismo de la escena y muchas veces me detengo en la misma línea de mis lecturas, tieso como un clavo, esperando que algo suceda, que alguien se mueva, que algo se oiga y le traiga una explicación racional a mi cabeza.


La mayoría de las veces nada se oye salvo la abrupta melodía de la tormenta.

Pero en otras ocasiones, desde mi sillón, junto al fuego, oigo ruidos sobrenaturales saliendo del reloj de pared. Lamentos que se pierden en la noche y que parecen escapar por las ventanas, en la espesura del bosque. Esas veces, el reloj, que lleva estropeado más de 60 años marca su tic tac y el reloj marca la medianoche. En ocasiones lo oigo desde mi cama, cuando estoy esperando a dormirme. Tic-tac, tic-tac, tic-tac, el reloj marca los segundos con una macabra exactitud. ¿Qué fuerza sobrenatural mueve los engranajes?¿En qué se fundamenta este misterio?


Como científico que soy desde hace 40 años, me gusta ver siempre el lado racional de las cosas y me cuesta comprender los fenómenos paranormales, lo irracional, el velo de lo oculto.
Pensaréis que un reloj estropeado podría, simplemente por el viento o debido a algún pequeño roedor que ronde mi morada, emitir algún tipo de ruido debido al choque de sus componentes internos. Todo esto bien podría ser cierto, pero deberíais oir el repetir mecánico y diabólico del reloj. Tic-tac, tic-tac, tic-tac.

Y todo esto acompañado de los lejanos lamentos que se pierden siempre en la espesura. Se oyen en la noche, siempre durante mucho tiempo y van perdiendo intensidad a medida que se alejan, poco a poco.

Gritos agonicos, desesperados, que parecen pedir ayuda. El auxilio de los condenados... ¿podría ser algún muerto pidiendo clemencia, buscanso ayuda desde el más allá?
Esto supondría barajar la posibilidad de aceptar la vida después de la muerte. Un científico como yo quedaría expuesto si aceptara tal idea.

Pero entonces ¿de dónde salen las voces? ¿Serán creadas por mi pensamiento? Desde que murió mi querida esposa, he pasado grandes temporadas en soledad dentro de estos fríos muros de piedra y el aislamiento puede haberme jugado una mala pasada.
Todo esto sería mucho menor si en la noche de ayer no se me hubiera aparecido una siniestra silueta en el pasillo que conduce a las cocinas. Una figura de envergadura media, cubierta con negros ropajes y un largo y oscura capucha se mantenía en pie junto a la escalera. Nada más mirar a la figura, un sudor frío recorrió todo mi cuerpo. Su rostro quedaba oculto bajo la larga capucha y emitia un débil susurro que se repetía rítimicamente muy lentamente en latín: "corpus mortum, animus liber". Aquellas palabra se introducían en mi cabeza y la inundaban de terror.

La aparición no se movió durante los primeros minutos, pero después, de manera súbita, su brazo se levantó señalándome y cesó aquel macabro susurro.

Aquel tiempo, que para mi fueron siglos debido al terror que se había apoderado de mis ojos, mis oídos y mi pensamiento, permanecí inmóvil junto a la puerta, aterrorizado y presa de un pánico sobrenatural.


Fin de la primera entrega del primer borrador.


Carlos Olega

19 marzo, 2008

Y se hicieron a la mar...

[Extracto de "Conociendo el mar (Los esféricos)" de Carlos Oleaga]

Cuentan los sabios Tanaogh, que cuando los esféricos del siglo XVIII se hicieron a la mar, en la costa estuvo lloviendo durante tres días y tres noches. Era la amarga despedida que la tierra hacía a aquellos que decidieron hacerse a la mar, para no naufragar en tierra.


Los corazones de los esféricos estaban marchitándose en tierra, y su sed de conocimientos les impulsó a surcar los mares en busca de At-la-nath, la tierra de la sabiduría, donde dioses y hombres comparten los conocimientos secretos del mundo.

Una vez que los consejos de las tribus de todos los esféricos se reunieron en el Mir-naghaon, en la punta más alejada del continente, oraron en torno al gran faro con lágrimas en los corazones, pero no en los ojos. Su tierra, la tierra de sus antepasados, aquella que llamaban Diorth-Kun, pronto sería abandonada. En tierra quedarían abandonados edificios, palacios, bibliotecas y monumentos. La tierra se consumía en guerras y odio, y había llegado el momento de partir.

Antes de partir, pintaron sus cuerpos de color azul. Mujeres, hombres, niños y ancianos. Todos ellos curbrieron sus cuerpo de azul. Se entregaban al mar, al viaje, a la búsqueda de un futuro mejor. Y para ello querían llevar consigo, en sus cuerpos, el color del océano. Sólo dejaron sin pintar de azul dos partes de su cuerpo: los ojos y la boca. Estos se pintaron de amarillo, el color sagrado de los esféricos. Al llevar la pintura amarilla en sus ojos y en su boca, sus sagradas tradiciones continuarían en su vista y en todo lo que ésta pudiera descubrir. También en sus palabras, que les servirían para comunicarse con otras tierras.

Los barcos, que sumaban casi trescientos en número se hicieron a la mar de madrugada, cuando el día aún estaba durmiendo. Casi sin hacer ruido, separaron sus barcos del muelle de Mir-naghaon y empezaron a navegar...



08 diciembre, 2007

Pequeña epistola a los Esféricos

Heme aqui sentado en una mesa de roble, con buen ánimo y hasta júbilo dirían algunos; dispuesto a comenzar esta epístola a vosotros, venerables hermanos esféricos, marinos que acumulan larga experiencia en sus venas y conocimientos negados a los náufragos que quedaron en tierra.
Algún día visualizaremos un paraíso perdido y gozaremos de buen viento en la popa de nuestros barcos, pues en verdad os digo, oh hermanos, que todo llega al que sabe esperar, al que fija la mirada en el horizonte y sueña, y al que tropieza con una piedra y sabe levantarse sin apenas inmutarse.
Los días aciagos, la confusión y el caos reinante en nuestra sociedad confunden la idea de verdad. Nosotros, descubridores de nuevos caminos de conocimiento abrazamos noblemente una verdad con muchas caras, que se refleja en espejos rotos y que nos ayuda a caminar haciendo camino, dejando un rastro de razón, fé y conocimiento, en una suerte de totus tuum.
Y escucharme cuando os digo que nuestro tiempo está próximo, el aire trae olores de abundancia y de suerte y en nuestra mano está seguir el mejor rastro. Nuestros bergantines ya no llevan dos mástiles, llevan ya cuatro palos, pues contamos con nueva madera, creada a partir de la ilusión, el conocimiento y la bondad forjada en nuestros corazones. Sabed que nuestros bergantines son ya goletas que desafían las tempestades y que podrían denominarse bricbarcas para el ojo experto y entendedor.
Señores y señores, hemos surcado la desesperación y los males de este siglo XXI bajo distintas formas y apariencias. Hemos llevado sombreros de ala ancha y capas de negro terciopelo. Desde las barriadas de pescadores nos hemos adentrado en majestuosas metrópolis para descubrir que el verdadero valor de la vida está, a nuestros ojos, en las ilusiones que se venden en forma de pequeño elixirs.
Sabed además, honorables hermanos ciudadanos, que la ignorancia es suculenta y atractiva a los ojos de nuestra flota, mas rendirse es cosa de cobardes y nunca el camino de la felicidad se vió libre de trampas y contratiempos. Vuestras cicatrices y vuestras manos agrietadas no son más que un recuerdo de un tiempo pasado, un testamento de conocimiento con el que medir a los hombres y al mundo entero.
Vosotros, hijos piadosos de las esferas, que observáis desde las sombras como gira el mundo y sus habitantes sabéis mejor que nadie dónde fijar nuestro rumbo. Que nos os tiemble la mano, que con tanta seguridad ha mantenido el timón hasta ahora. Es cuestión de tiempo que encontremos nuestro mar, que oculto en el horizonte espera la llegada de los iluminados hijos de las esferas.
Junto a vosotros, buscaré ese otro mar, esa nueva tierra en la que la realidad no es sueño de sueños sino una constante revelación de gozo.
Sabed, por último que nunca navegaréis solos, pues la fuerza de los corazones de los ángeles que os acompañan os iluminarán siempre el camino que muchas veces pueda tornarse engañoso o poco fiable.
15 de septiembre de 1743
Lord Alan Mckintel, cápitan de la fragata "Ad Aeternum".
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Un saludo en alta mar de Carlos Oleaga,
Y los sueños, sueños son, ¿o no?

21 noviembre, 2007

Pequeño microrrelato nocturno

Miré al edificio que escondía una oscuridad inmensa. Contemplaba las 225 habitacionesdel hotel en un plano de conjunto y una pequeña brisa me trajo el olor del azahar, la canela y la menta.

Vientos de guerra se avecinan en las costas de asfalto; todos los tuertos han empezado a perder la visión. Los puertos a lo que arriban los leprosos están distantes y no contienen sustento para las almas que caminan encadenadas al destino de los caídos en desgracia.

Vagué con la mirada por todas y cada una de las habitaciones del inmenso hotel, que pronto sería destruido. ¿Qué secretos ocultaba aquel edificio que antaño había sido modelo de elegancia para la ciudad?

Mirando a la entrada, traté de imaginar cuántas personas habrían cruzado aquel umbral de bienvenida. Los pilares llamaban a la destrucción eterna, al abandono de aquella corporeidad tan material y humana. El esqueleto estaba pidiendo reposo y encontró muerte.

Las habitaciones estaban destartaladas y las cortinas ondeban en algunas habitaciones a través de los cristales rotos. La mayoría de las cortinas estaban hechas jirones y una atmósfera cerrada imbuía a las habitaciones de silencio y hermetismo.

Sin duda, las cuatro plantas del ruinoso edificio que antaño fuera un hotel, se encontraban marchitas, augurando una destrucción inminente.

Después de dos segundos pensativo y cabizbajo, miré al frente, a través del cristal y respiré hondo a la vez que la mano accionaba los controles que moverían la enorme bola que destruiría por completo el edificio de la calle 22 que anteriormente había sido conocido como el Hotel Moncayo.

Adios hotel Moncayo, ¿ahora no me ves? Todo sucede al revés en el mundo de lo que ves, ¿o no?



Un relatado saludo,

Carlos Oleaga