[Extracto de "Conociendo el mar (Los esféricos)" de Carlos Oleaga]
Cuentan los sabios Tanaogh, que cuando los esféricos del siglo XVIII se hicieron a la mar, en la costa estuvo lloviendo durante tres días y tres noches. Era la amarga despedida que la tierra hacía a aquellos que decidieron hacerse a la mar, para no naufragar en tierra.
Los corazones de los esféricos estaban marchitándose en tierra, y su sed de conocimientos les impulsó a surcar los mares en busca de At-la-nath, la tierra de la sabiduría, donde dioses y hombres comparten los conocimientos secretos del mundo.
Una vez que los consejos de las tribus de todos los esféricos se reunieron en el Mir-naghaon, en la punta más alejada del continente, oraron en torno al gran faro con lágrimas en los corazones, pero no en los ojos. Su tierra, la tierra de sus antepasados, aquella que llamaban Diorth-Kun, pronto sería abandonada. En tierra quedarían abandonados edificios, palacios, bibliotecas y monumentos. La tierra se consumía en guerras y odio, y había llegado el momento de partir.
Antes de partir, pintaron sus cuerpos de color azul. Mujeres, hombres, niños y ancianos. Todos ellos curbrieron sus cuerpo de azul. Se entregaban al mar, al viaje, a la búsqueda de un futuro mejor. Y para ello querían llevar consigo, en sus cuerpos, el color del océano. Sólo dejaron sin pintar de azul dos partes de su cuerpo: los ojos y la boca. Estos se pintaron de amarillo, el color sagrado de los esféricos. Al llevar la pintura amarilla en sus ojos y en su boca, sus sagradas tradiciones continuarían en su vista y en todo lo que ésta pudiera descubrir. También en sus palabras, que les servirían para comunicarse con otras tierras.
Los barcos, que sumaban casi trescientos en número se hicieron a la mar de madrugada, cuando el día aún estaba durmiendo. Casi sin hacer ruido, separaron sus barcos del muelle de Mir-naghaon y empezaron a navegar...
Cuentan los sabios Tanaogh, que cuando los esféricos del siglo XVIII se hicieron a la mar, en la costa estuvo lloviendo durante tres días y tres noches. Era la amarga despedida que la tierra hacía a aquellos que decidieron hacerse a la mar, para no naufragar en tierra.
Los corazones de los esféricos estaban marchitándose en tierra, y su sed de conocimientos les impulsó a surcar los mares en busca de At-la-nath, la tierra de la sabiduría, donde dioses y hombres comparten los conocimientos secretos del mundo.
Una vez que los consejos de las tribus de todos los esféricos se reunieron en el Mir-naghaon, en la punta más alejada del continente, oraron en torno al gran faro con lágrimas en los corazones, pero no en los ojos. Su tierra, la tierra de sus antepasados, aquella que llamaban Diorth-Kun, pronto sería abandonada. En tierra quedarían abandonados edificios, palacios, bibliotecas y monumentos. La tierra se consumía en guerras y odio, y había llegado el momento de partir.
Antes de partir, pintaron sus cuerpos de color azul. Mujeres, hombres, niños y ancianos. Todos ellos curbrieron sus cuerpo de azul. Se entregaban al mar, al viaje, a la búsqueda de un futuro mejor. Y para ello querían llevar consigo, en sus cuerpos, el color del océano. Sólo dejaron sin pintar de azul dos partes de su cuerpo: los ojos y la boca. Estos se pintaron de amarillo, el color sagrado de los esféricos. Al llevar la pintura amarilla en sus ojos y en su boca, sus sagradas tradiciones continuarían en su vista y en todo lo que ésta pudiera descubrir. También en sus palabras, que les servirían para comunicarse con otras tierras.
Los barcos, que sumaban casi trescientos en número se hicieron a la mar de madrugada, cuando el día aún estaba durmiendo. Casi sin hacer ruido, separaron sus barcos del muelle de Mir-naghaon y empezaron a navegar...
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