21 noviembre, 2007

Pequeño microrrelato nocturno

Miré al edificio que escondía una oscuridad inmensa. Contemplaba las 225 habitacionesdel hotel en un plano de conjunto y una pequeña brisa me trajo el olor del azahar, la canela y la menta.

Vientos de guerra se avecinan en las costas de asfalto; todos los tuertos han empezado a perder la visión. Los puertos a lo que arriban los leprosos están distantes y no contienen sustento para las almas que caminan encadenadas al destino de los caídos en desgracia.

Vagué con la mirada por todas y cada una de las habitaciones del inmenso hotel, que pronto sería destruido. ¿Qué secretos ocultaba aquel edificio que antaño había sido modelo de elegancia para la ciudad?

Mirando a la entrada, traté de imaginar cuántas personas habrían cruzado aquel umbral de bienvenida. Los pilares llamaban a la destrucción eterna, al abandono de aquella corporeidad tan material y humana. El esqueleto estaba pidiendo reposo y encontró muerte.

Las habitaciones estaban destartaladas y las cortinas ondeban en algunas habitaciones a través de los cristales rotos. La mayoría de las cortinas estaban hechas jirones y una atmósfera cerrada imbuía a las habitaciones de silencio y hermetismo.

Sin duda, las cuatro plantas del ruinoso edificio que antaño fuera un hotel, se encontraban marchitas, augurando una destrucción inminente.

Después de dos segundos pensativo y cabizbajo, miré al frente, a través del cristal y respiré hondo a la vez que la mano accionaba los controles que moverían la enorme bola que destruiría por completo el edificio de la calle 22 que anteriormente había sido conocido como el Hotel Moncayo.

Adios hotel Moncayo, ¿ahora no me ves? Todo sucede al revés en el mundo de lo que ves, ¿o no?



Un relatado saludo,

Carlos Oleaga

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