16 noviembre, 2007

Con los Ojos Cerrados

Así, de poemismo matinal anda un servidor. Idealizando desde el pragmatismo más feroz, sucumbiendo a la rectitud de las líneas rectas, y ascendiendo por las montañas de lo irracional.

Deshacerme en días de cielos azules podía bastar a los que miran a las sombras, pero no a los que miramos a la luz desde la luz. ¿Por qué será tan poca la gente despierta hay fuera? ¿Será su realidad más poderosa que la nuestra? Igual vivimos en la falsedad de la realidad. Hay quien dice que la mayoría siempre tiene la razón. Así que condenados a mirar hacia el otro lado y avanzar contracorriente hasta las orillas de la intranquilidad, nos vemos obligados al exilio o a una celda.

¿Por qué cortaron las líneas de nuestras manos? Nuestro destino fluyó como el azul oceánico, y se dividió al entrar en los ríos ascendentes; hacia las montañas mirar y observar. ¿Cuándo conocer?

La sociedad sólo se enternece con las lágrimas y las caras de corderito y asiente con la cabeza, al compás de la televisión. Los reglamentos vitales ya no se transmiten de padres a hijos, mucho menos de abuelos a nietos. Los reglamentos que rigen nuestra vida están cada vez más en las revistas, las malditas revistas, que nos sirven para autoengañarnos de que aún hay razones ahí fuera para salir todos los días a trabajar, a recorrer las calles... La verdad la escriben los mentirosos y los ciegos predican con sus visiones a una sociedad que ha dejado de ver el norte y ha perdido el sur, sumergido desde hace años bajo ponzoñosos billetes de 500 euros.

Pintaré un sueño de morado y lo enviaré al Sur, sin riesgo de perder las latitudes del norte, tan frío y puro. Siempre es la misma canción, ¿será verdad lo que dijo la chica de las galletas?

Con los ojos cerrados, seguramente el dolor de la autenticidad nos toque más de cerca como humanos. Partiríamos de la base de que no hay placer sin dolor. Quizá no se pueda disfrutar del placer si no se ha sufrido antes. La única ley que siguen los que luchan, es la de poner un pie detrás del otro y caminar por el camino, ese que dicen, está lleno de trampas. Lo auténtico en nuestra vidas - siempre que no sea engañoso o fruto del reflejo del espejo - siempre debe ir unido a las sensaciones intensas, tanto de dolor como de alegría, en alternancia, como si de un ciclo se tratase. ¿Sin embargo, por qué huimos tan a menudo a la isla de los cobardes y frenamos las pasiones? La protección frente a lo desconocido, que nos hace pisar una pequeña brizna de hierba en el desierto... no sea que vaya a prosperar y nos tiremos de los pelos, hechos un manojo de nervios. Me encocora el futuro, y aún no hay aire en las velas de mi pequeño clipper. ¿Se podrá arribar a un mismo puerto dos veces y no naufragar en tierra desértica?

Mirado de buena manera, el hedonismo puede ser una teoría muy lógica. Además, nos permite elegir entre la vía sensorial o inferior y la superior o espiritual. ¿Dónde se encuentran los placeres del alma, que tan desvanecidos se hallan en nuestra sociedad?

Aún así, no me llega a convencer la supervivencia hedonista, ni tampoco el hedonismo a secas. El placer no puede ser el fin último del hombre. Tiene que haber más cosas. Es todo un compendio de pequeñas cosas las que forman la vida del hombre. Y el placer no se entiende sin dolor, así el Sol no se entiende sin luna, ni el mar sin tierra. ¿Cuánto nos queda aún por aprender? ¿Es feliz el ignorante en su ignorancia? Realmente no se le puede negar la felicidad. Claro, su nivel de felicidad estará soberanamente limitado. La supervivencia hedonista puede ser un modelo de estructura, pero nunca un caso práctico, ni un método de aplicación directa. Es un componente más del jarabe de los navegantes de nubes, de los marineros de desiertos y de los capitanes que dejaron de ser intrépidos y se lanzaron al mar.

Con los ojos abiertos, el camino recorre senderos sinuosos, teje entelequías de apariencia arácnida y reposa en las cimas de los montes durmientes.

Los héroes duermen ya en las calles y sus ropas están raídas. Se oyó un grito en el cielo... pero nadie contestó. Las ranas se quedaron en el cielo y decidieron no caer al mundano suelo.


Un salmantino y tardío saludo para la niña de de las galletas,

Carlos Oleaga

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