09 febrero, 2007

Let the night begin

Ayer fue una noche interesante. Una salida nocturna de contemplación, de estudio, y quizás de análisis personal y social. El día, uno de los más atareados y estresantes de este joven 2007 estuve lleno de pensamiento, de blogs, de borrones en papeles blancos, de cafes y tapas, de universidad dentro de universidad. Pasó un día completamente de trabajo sin descanso, de ocho a ocho donde realmente todo me supo a poco.

Los olores de la noche, sin duda fueron más interesantes, en otros ámbitos por supuesto. Con la bebida de cebada llegó el momento de confesarse ante la sociedad, ante uno mismo o ante su propia conciencia. Hubo y existió a lo largo de la noche una gran intesidad de olores, emociones, análisis y lo más importante de todo, ideas. Fue una noche de redención y búsqueda de un grial moderno que apague la sed de las ígneas gargantes que gritan en lo oculto.

Fue una noche de amigos, de conocidos, de miradas esquivas, de autojuicio, de descubrimiento ante mí y con el mundo, de palomas con almendras. Una nocturnidad con flotante y mística alevosía, con discursos de sueños, con ideas recubiertas de ilusiones e ilusiones cargadas de ideas. Fue una noche también de sentimientos, de descubrimiento de nuevos horizontes, de búsqueda de islas infinitas, de remanso, de oasis que aparecían donde menos uno se espera. Una noche cómoda, de taburete, de chupitos estudiados e incomprensiblemente aceptados por los organismos en torno a ellos, de ojos que buscan y de ojos que descubren. Una evasiva noche de reflexión en torno al comunismo, a las mismas personas, a la literatura, al mundo fílmico, a las conferencias. Soñé entre bebida y bebida que vislumbraba comportamientos olvidados, aquellos de los que antes el chevalier hacía gala, pero la armadura oxidada y llena de golpes delataba un gran sentimiento de vacío dentro de la armadura. Sin embargo, un soplo de aire nuevo inundaba por momentos las estancias del lugar de reunión. Extraña sensación es aquella que habiéndo sido bien conocida y experimentada tras un largo período de ausencia vuelve a entrar por los oídos de una persona. Ayer seguramente intenté volver a montar en bici de nuevo y la idea me gustó, aunque al final, sólo me vi subido en el sillín con las manos sobre el manillar, escrutando todos los movimientos y mecanismos que se desarrollaban a mi alrededor. Me veía en la colina a punto de bajar una sinuosa pendiente de la que no veía más que el comienzo. Nada sabía del camino, nada de sus trampas, nada de sus descansos, nada tampoco de su rapidez o lentitud, la pendiente tenía todas las de ganar pues en posición ventajosa se hallaba.

Hoy el día fue de un levantar extraño, de un examen consciente, de análisis de lo acaecido en aquel lugar de reunión donde afloraban las galimbas, los litros, los botellines y los cachis. Alguien había desabrochado una de las firmes ataduras que mantienen la armadura pegada al débil cuerpo de los que gustan de los duelos. Alguien había logrado hurgar más allá de las apariencias y de la imagen, mucho más lejos de las palabras y de los discursos. El largo dedo se extendía allá donde moran los secretos y las indecisiones, donde el alma juega con el cuerpo, ajena al exterior de la realidad. Y eso causó miedo por primera vez en mucho tiempo a uno de los asistentes a la reunión, era tierra privada aquella que tras el abuso público pasó a colgar un cartel en el que se leía: Cuidado, el perro muerde, no pasar. Y realmente de lo inesperado surgió esta trasgresión más allá de las llanuras, en un ducado que siempre estuvo reservado a plebeyos, donde las princesas, faltas de inspiración nunca creyeron ver nada.

En definitiva noche de golpes, de descubrimientos y no precisamente americanos y de recuerdos que se extienden por la sangre rapidamente al igual que la peor ponzoña, evidentemente negando que aquello pueda convertirse en agua cristalina. El cuerpo a veces se encorseta de cuero y acero para soportar el peso de la carne herida y del espíritu maltrecho.

Creí ver a toda la multitud baretil sumergida en el embriagador ritmo de un baile de máscaras veneciano, pero la realidad golpeaba mi mejilla impidiéndome volar, alejándo el sueño de llegar de nuevo al sol, ya que como Icaro, muchos son los que vuelan y muchos los que caen. A algunos sólo les hace falta una caída para saber que la cera se derrite en nuestras entrañas a altísima velocidad una vez que empezamos a acercarnos al sol. Creo que es recomendable a veces, dejar las alas a un lado y volar libre en esencia, en pensamiento, pues así llegaremos más lejos, a pesar del terror que se fabrica de realidad y que a través de las imágenes tanto pavor nos provoca.

Buenas y siesteantes tardes a todos los lectores y comprendan que ayer fue una noche enteramente de algo que mueve nuestros mecanismos, una noche de conversación, divino bellocino que se oculta detrás de cada esquina y que se divisa de noche en noche, si uno tiene suerte. Por eso les pido una pequeña disculpa por la extensión del post, quizá de mayor extensión que sus precendentes.


Carlos Oleaga

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